ESPAÑA

lunes, 9 de marzo de 2020

VESTIGIOS Y FICCIONES 2018 MAD. Antequera











PLUS ULTRA 2018
195x130 cm
óleo/lino








PAISAJE CON MURO BLANCO 2018
óleo/lino
195 x 130 cm 







SAN ANDRÉS 2018
óleo/papel
100 x 70 cm







COTO PRIVADO 2018
óleo/papel
100 x 70 cm






LA CELOSÍA 2018
óleo/papel
100 x 70 cm





EN VESTIGIOS Y FICCIONES, Javier Parrilla (Sevilla, 1975) apuesta por la figuración desde la teatralidad y la ironía, planteando cada obra como un escenario, a partir de dos de los géneros tradicionales de la pintura: el paisaje y el bodegón, en continua convivencia y confusión.

Esta muestra, en el MAD Antequera, invita al espectador a dar rienda suelta a su intuición y a partir de ahí poder comprender esos pequeños detalles del día a día que pasan desapercibidos ante nuestros ojos.

Artista tradicional, fundamentalmente pintor, Parrilla entiende la pintura como un valor en sí, vivo e inestable, un código inagotable para llegar a aquellas cosas que escapan a las demás disciplinas. Todo ello sin pretender contar ninguna historia, sin plantearse cuestiones de moda o actualidad, o ejercicios de trascendencia intelectual, sólo tratando de llegar a algo que no haya visto con anterioridad.

Para el artista la pintura es algo natural, como un juego que se confunde a veces con la vida y donde los intereses, experiencias o afinidades encuentran en este medio su escenario. Influenciado tanto por las figuras históricas como por los pintores ocasionales, aprende de representaciones accidentales de carácter popular o folclórico, en ocasiones relacionadas con otros oficios artísticos.

La pintura además le ofrece mucha libertad, ya que en ella todo sucede de forma inesperada; y en ese recorrido se desvela un lenguaje con una eficacia sorprendente. Lo que un principio pueden llegar a parecer los límites de la superficie pictórica, se convierten en el tema central de la obra, ofreciendo emociones imposibles de gobernar. Trabaja siempre del mismo modo, partiendo de cero, sin proyecto alguno o ideas cerradas sobre referencias culturales.

Esto le lleva a construir a la inversa, sin métodos, obligándole a tener que resolver más incógnitas. Se trata de pintar por pintar, desde un punto de vista primitivo, abandonando los discursos y que éstos se creen solos en el proceso de trabajo, dejando que la pintura en sí domine el lenguaje. “Como ocurre en el flamenco, la pintura tiene pellizco, eso es lo que te atrapa”, comenta Parrilla, un género que discurre en paralelo con su visión de la pintura, en el sentido de universo mágico, complejo, y lleno de misterio y exotismo.

Desde hace varios años, o quizás desde siempre, su trabajo se ha centrado en una reconstrucción de la naturaleza desde la memoria y la pintura, como resumen de un proceso de colección de experiencias, de imágenes fetiches, objetos y esquemas gráficos. Sus obras son como vanitas barrocas y poseen una carga simbólica. Piezas de pequeño y gran formato en óleo sobre papel y algunas telas. Figuras piramidales, triángulos, espejos y arquitecturas que completan una iconografía personal asociada al entorno y a la reflexión.

En definitiva, podemos remarcar que el artista intenta liberar al espectador del escollo que supone tener que encontrar siempre una explicación a todo aquello a lo que se enfrenta; y en este nivel de incertidumbre es donde quizás su pintura se siente más cómoda, donde encuentra su sitio; como “Vestigios” o las huellas que permanecen, y “Ficciones” o acontecimientos que forman parte de un mundo imaginario.


FERNANDO FRANCÉS
DIRECTOR DEL MAD. ANTEQUERA










Pintar de memoria

la sorpresa que debieron experimentar los contemporáneos a Masaccio
fue ciertamente similar a la nuestra ante los cuadros de Braque o Picasso
P. FRANCASTEL




RECREAR escenas organizadas simbólicamente siempre ha articulado mi forma de entender el espacio pictórico. Me interesa la idea de construir una realidad ajena a la imitación del natural, crear imágenes sin ninguna o muy escasa servidumbre de referentes fotográficos. Un proceso a través del cual estructuro la investigación y el ejercicio de jugar con recuerdos, hallazgos fortuitos o construcciones conscientes.

En un acto de reconstruir mi propio ideario, mi pintura habla de pintura, de cómo surge la posibilidad de representar el cuadro dentro dentro del cuadro, formas retóricas como ventanas, espejos o marcos, brotan de manera espontánea, siendo más que recursos parte de mi lenguaje, como una necesidad de reflexionar sobre los límites de la propia pintura y suponiendo una forma de tomar distancia con lo representado.

Me interesa situar en un tiempo y lugar indeterminados los elementos simbólicos que aparecen, y asociarlos así, en una especie de representación escenográfica, donde los géneros tradicionales se mezclan, resultando formas, en cierto modo enigmáticas, que muestran lo que podría ser un retrato, que a la vez es un bodegón o un paisaje.

Abordo como tema central la propia pintura, confiando en su cariz inagotable, y su capacidad de absorber nuestros intereses personales, para ofrecer visiones nuevas, generar pensamiento y emoción. El eterno dilema intelectual que supone intentar definir la pintura que perseguimos, siempre es una construcción más o menos interesada, que nos coloca en un lugar de confort.

Cuando la pintura es un hecho que sucede, una suerte de ritual o ceremonia, que olvida en su ejercicio cualquier deseo de transcendencia intelectual genera una paradoja entre la cultura asumida, nuestros intereses y lo que el propio proceso va desvelando. Se produce entonces un desorden, un viaje o peregrinación, en el que no hay lugar a la certeza, convirtiéndose en una búsqueda de sensaciones.

La razón intenta establecer estructuras y poner orden en ese caos. Inevitablemente, la cotidianidad, el conocimiento de la historia y la tradición pictórica, se intentan aliar con el misterio de lo que sucede en la pintura de un modo primitivo. Podríamos decir que las obsesiones, tanto formales, como de concepto, terminan por instalarse, se hacen evidentes y aparecen. Es entonces cuando la pintura se convierte en un lenguaje.

La realidad sitúa mi pintura en el contexto actual, un escenario efervescente que respiramos y nos alimenta inconscientemente, donde la imagen ha perdido su valor simbólico y se caracteriza por ser pasajera. Mi cultura visual es más cercana a la visión privilegiada y el hallazgo formal, y esa lectura más reflexiva de lenguajes universales, a veces cultos y a veces de naturaleza popular, cargados de información.

La búsqueda individual, irremediablemente no es ajena al contexto. El territorio y la tradición, el momento histórico, la llamada sociedad de la información, te ubican en una frontera entre lo local y lo universal, que lejos de ser un conflicto, se manifiesta como un regalo.

Ideológicamente ser un romántico es una opción que nunca me ha disgustado. Encuentro, de un lado, opción de disfrute en la búsqueda constante y el misterio de las emociones, y por otro, interés y firmeza en ese intento de descubrir el mundo y sus límites, desde lo natural a lo construido, la mirada al mundo clásico, las religiones y sus diferentes revisiones históricas. Posiblemente una confrontación que se da porque en contraste, también soy hijo de la ilustración y ambas visiones son una constante que compiten en el mismo escenario de lo que podríamos llamar mis intereses culturales.

Javier Parrilla 2018






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