ESPAÑA

viernes, 4 de noviembre de 2016

Escenas, escenarios y apariciones. 2014

Escenas, escenarios y apariciones. 2014


Un sostenido diálogo con la pintura


En su actual exposición en La Caja China, Javier Parrilla ensaya y estudia las posibilidades del género con obras que hacen detener la mirada pero también disparan la fantasía.
Por aceptada que esté la idea, la pintura dista de ser réplica o copia de eso que tiene el pintor ante los ojos. El atento lector de los textos de Leone Battista Alberti o de Piero della Francesca se sorprenderá al  comprobar que uno y otro insisten en el carácter constructivo de la pintura: llevar a un solo plano, el del cuadro, otras muchas superficies de distintos cuerpos (algo parecido, dicho sea de paso, puede leerse en Galileo). Esta idea de construcción se completa, por entonces, con otra, la de expresión. Leonardo da Vinci insiste en que la pintura no copia la naturaleza sino que construye formas que produzcan en quien las mira los mismos efectos (visuales y emocionales) que produce la naturaleza. 


Es necesario recordar estas sencillas verdades porque así se entenderá más fácilmente como el trazo y el color, la veladura y la transparencia, el brillo y la oscuridad van adquiriendo valor poético con independencia de las figuras a las que se apliquen. El vigor del trazo de Miguel Ángel, que confiere a su pintura rotundidad escultórica, es un valor poético sin duda diferente del suave modelado en luz, propio de Leonardo, y uno y otro están a considerable distancia de la desenfadada sensualidad con la que Tiziano maneja el color. Los tres son valores posibles, los tres tienen interés y ninguno es superior a los demás. 

Es cierto que a veces quienes encargaron los cuadros se irritan: Pietro Aretino, celebrado por sus sonetos eróticos pero también por sus comentarios sobre pintura, no ocultó su desagrado por el retrato que le hizo Tiziano, donde sus facciones quedaban imprecisas, y un noble español del XVIII, deseando que lo retratara el pintor más aceptado de la corte, Goya, pide a un amigo que convenza al aragonés para que perfile su figura y no la deje con límites indefinidos. 

Esta es la diferencia entre el espectador que se queda en la anécdota, sea figura o narración, y quienes se dejan atrapar por la pintura y valoran más los rojos de los mantos y los blancos de las túnicas de Memling que sus recogidas Vírgenes y sus devotos ángeles. 

La muestra de Javier Parrilla (Sevilla, 1975) busca precisamente estos valores de la pintura. Sus obras en esta exposición son un largo diálogo con la pintura, un prolongado paseo por sus posibilidades. En una de sus obras aparecen rectángulos, triángulos y un círculo azul intenso perfectamente delimitados. Su misma exactitud parece empujarlos hacia fuera, mientras detrás de ellos, una pintura rica en veladuras, parece envolver un gran espacio cuya profundidad es difícil de precisar. Este espacio sin embargo lo encuadran los exactos lados de un rectángulo, como si se tratara de un cuadro dentro de otro. Que este gran rectángulo aparezca inclinado unos treinta grados respecto a la cuadrícula del lienzo, añade a la oposición entre geometría y pintura una sutil dosis de ritmo. Es quizá el caso más sencillo de relevancias que puede manejar la pintura. Otro cuadro, justo enfrente del que acabo de comentar, es algo más complicado: abre arriba una gran profundidad, parecida a un horizonte marino, y otra, suave y cadenciosa, abajo. Pero esas profundidades contrastan con formas que subrayan la superficie real del lienzo e invitan a la mirada a permanecer en el exclusivo plano del cuadro sin cruzarlo. En ocasiones, como ocurre en la obra que recuerda a Martin Luther King, el texto en primer plano, I have a Dream, forma una suerte de celosía ante un hondo paisaje. No es ciertamente un paisaje pero el autor pone en el lienzo la pintura como suele hacer el paisajismo. Todo esto muestra que Parrilla recorre la pintura, la ensaya, la estudia y la ofrece al espectador que sea capaz de verla y disfrutar de ella. 

Parrilla ha titulado la exposición Escenas, escenarios y apariciones. Las dos primeras palabras me parecen demasiado modestas. Creo que estas obras son sobre todo fragmentos. El fragmento no es un detalle y menos aún una miniatura. El fragmento, tal como lo entendieron los románticos, es una obra que hace detener la mirada (porque intriga, entusiasma o despierta temor) pero a la vez dispara la fantasía porque sugiere un modo alternativo de ver las cosas. Los cuadros de Parrilla se prestan a esa doble lectura: son una indagación sobre la pintura y por eso hablan a la vista y al tacto, pero la pintura despliega modos diversos de pensar y sentir el espacio, diseña nuevos ritmos (modos al fin de pensar y sentir el tiempo) y se condensa en objetos: algunos sólo esbozados y otros tan sugerentes como enigmáticos. El cuadro es así una construcción que habla a los sentidos y una idea poética en busca desentido. El fragmento (y estos cuadros de Javier Parrilla) son algo así como una prolongada vibración entre esos dos niveles del cuerpo inteligente.

J. BOSCO DÍAZ-URMENETA


Javier Parrilla 
100 x 70 cm 
óleo sobre papel




Javier Parrilla 
100 x 70 cm 
óleo sobre papel




Javier Parrilla 
100 x 70 cm 
óleo sobre papel




Javier Parrilla 
100 x 70 cm 
óleo sobre papel




Javier Parrilla 
100 x 70 cm 
óleo sobre papel




Javier Parrilla 
100 x 70 cm 
óleo sobre papel




Javier Parrilla 
100 x 70 cm 
óleo sobre papel




Javier Parrilla 
100 x 70 cm 
óleo sobre papel




Javier Parrilla 
100 x 70 cm 
óleo sobre papel




Javier Parrilla 
76 x 56 cm 
óleo sobre papel




Javier Parrilla 
76 x 56 cm 
óleo sobre papel



Javier Parrilla 
76 x 56 cm 
óleo sobre papel



Javier Parrilla 
76 x 56 cm 
óleo sobre papel